Es evidente que hasta el año 2013 -y a lo largo del decenio anterior- los índices de accidentabilidad laboral experimentaron un descenso significativo. También lo es que esa tendencia se ha visto truncada en 2014 y sobre todo en 2015, en los que los citados índices han sufrido un preocupante incremento.
Con independencia de las “lecturas” -hasta cierto punto parciales- que sobre este particular han venido manifestando, tanto los administraciones públicas (Ministerio de Empleo y Seguridad Social y gobiernos de las distintas comunidades autónomas) como los agentes sociales (confederaciones y federaciones empresariales y organizaciones sindicales), es un hecho fuera de toda duda que una y otra realidad (descenso y ascenso) tienen una relación directa con la menor/mayor actividad laboral asociada a la larga y penosa crisis económica que tanto daño ha provocado en el tejido empresarial y en las relaciones laborales.
Ante estas certezas, cabe preguntarse: ¿por qué un aumento -aunque sea limitado- de la actividad laboral está comportando una repercusión tan acusada en los antes mencionados índices de accidentabilidad, cuando lo más lógico es que este incremento se circunscribiera al número de accidentes y, por el contrario, estos índices permaneciesen prácticamente inalterables? En mi opinión, los principales motivos que provocan estas circunstancias tienen mucho que ver con dos esferas distintas y, a su vez, complementarias.
La primera de ellas -sin que el orden de exposición implique significación alguna- está relacionada con lo que podríamos denominar “inestabilidad” de la prevención de riesgos laborales. Las condiciones de seguridad y salud -desde hace algunas décadas- han mejorado notablemente como consecuencia, entre otras razones, de: los cambios acaecidos en los procesos productivos (mayor automatización y, en consecuencia, menor intervención directa de la mano de obra); la utilización de equipos de trabajo y medios auxiliares más seguros; la incidencia de la formación impartida (a pesar de su parcial ineficacia) y la información proporcionada en esta materia. Sin embargo, aún está pendiente la implantación -en la mayor parte de las empresas españolas- de los necesarios procedimientos de trabajo seguro en los que la prevención esté integrada en la producción. Es decir, que ambas constituyan un todo indivisible y que, de una vez por todas, la prevención deje de ser un complemento o añadido de la producción. De este modo, los cambios antes enunciados serán mucho más consistentes y, por consiguiente efectivos, y se eliminará de forma progresiva la expresada inestabilidad.
La segunda esfera tiene un componente mucho más sutil dado que emana de algunas “condiciones laborales ocultas” para el sistema (como si se tratara de “Condiciones Blak” -valga el símil a los efectos de esta breve reflexión-), que suelen retornar cuando se acrecienta la producción, y que no se tienen en cuenta para el cálculo de los antedichos índices. Éstas son las horas extraordinarias no declaradas, por un lado, y los trabajos “a tarea o destajo”, por otro. Tanto una mayor permanencia en el puesto de trabajo como un ritmo de actividad más intenso, conducen a una creciente carga de trabajo física y mental en los trabajadores que, sin duda, están en el origen de un significativo número de accidentes laborales y, por ende, del alza de los aludidos índices.
En definitiva, una y otra causa nos han abocado a esta situación y el resultado era algo previsible
Luis Rosel. Asesor de dirección de GA Consultores