Las nuevas formas de aprender, las herramientas tecnológicas, también requieren una buena actitud por parte del alumnado para ser eficaces.
Para quienes pertenecemos a aquella generación que en su día consideramos como una importante innovación tecnológica, en el ámbito de la formación, el uso en las aulas de los colegios y las universidades de tizas de colores (azul y rojo, con carácter general -por cierto, colores sin connotaciones de ningún tipo-), conjuntamente con el blanco tradicional, la implantación progresiva e imparable de las nuevas tecnologías en la mundo de la formación, por lo menos para quien suscribe, es hablar de “ciencia ficción”. Realidad aumentada, monitorización, inteligencia artificial…, son términos que uno no llega a comprender del todo y por ello me “sumerjo” -cuando es menester- con ciertas dificultades.
La verdad es que no sirve de nada negar la evidencia y anclarse en un pasado -desde luego, arcaico- que no prevé apoyarse en esas nuevas tecnologías para mejorar el aprendizaje en el campo de la formación en general, y de la formación preventiva en particular.
Como antes apuntaba, en los últimos años se observa un incremento notable de estas tecnologías como vehículo para trasmitir información y conocimientos a los trabajadores de una forma totalmente distinta a la que, hasta hace poco tiempo, se podría entender como “tradicional”.
Resulta innegable que el hecho de estar inmerso en un entorno “cuasi” real, recrear distintas situaciones de riesgo, visualizar las diferentes medidas preventivas que deben establecerse, etc., permiten al alumno-trabajador percibir de una forma directa lo que en cada caso se pretenda y todo aquello que le queramos transmitir. También son indiscutibles las ventajas que la inteligencia artificial -por supuesto, adecuadamente aplicada- es capaz de aportar en este terreno. Y además, todo ello aderezado con la cuantificación del tiempo que cada persona ha dedicado al desarrollo de las diversas tareas que se planteen.
Pero tampoco es menos cierto que, con independencia de las bondades que sin duda aportan estos medios tecnológicos, con ellos no basta. Me explico: existe -como ya he señalado en otras ocasiones- un componente asociado de forma directa a toda conducta humana que incide de forma vital en la prevención de los riesgos laborales. Ese componente, conocido por todos, es la actitud. Es decir, cómo se percibe y, en consecuencia, qué importancia se da a la seguridad y salud laboral por parte de cada trabajador -ello con independencia de las obligaciones que, en esta materia, le corresponden a toda en empresa, cuyo cumplimiento es incuestionable y que, asimismo, predisponen de manera notable el comportamiento de los trabajadores ante estas cuestiones-.
Me atrevo a afirmar que ésta es una carencia endémica, puesto que la venimos arrastrando desde “siempre”. Salvo en muy contadas excepciones, en los programas y actividades formativas -tanto “oficiales” como “privados”- no se prevé incidir en el necesario cambio de actitudes, y se da por supuesto que el alumno está “convencido” y dispuesto a aplicar, en la medida de sus posibilidades, todo aquello que, con mayor o menor rigurosidad, “salero”, etc., se le haya transmitido. En mi opinión, esto es un craso error avalado a lo largo de más de 20 años.
En tal sentido, cabe reflexionar sobre el impacto real que en los trabajadores -y también en las empresas- han tenido las innumerables acciones formativas e informativas realizadas desde la publicación, en 1995, de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales (por no remontarnos aún más en el tiempo), tomando como referencia la ingente cantidad de recursos humanos y materiales que se han puesto a disposición para la ejecución de estas actividades. Pues bien, considero que el “ratio” de esta “división virtual” resulta negativo.
Ante estas nuevas metodologías formativas, y para tener certezas de la eficacia -en el sentido de actitudes positivas hacia la seguridad y salud laboral- que reportan las nuevas tecnologías, hemos de esperar bastantes años. Así que no perdamos el tiempo. Entre tanto, más vale apostar por una cosa y por la otra, porque ambas son compatibles y convenientes.
Luis Rosel